24.9.08

Oh Captain, My Captain!

Escribo hoy en el título de este post no el nombre de una película, sino la frase dicha en una.

Y es que acabo de ver una película que no veía hace aproximadamente 13 años y que cuando vi por primera vez (tendría 9 años) supuso un momento grandioso en mi vida. Y es que esa frase me ha llegado tan hondo que no puedo más que rendirle este humilde homenaje.

A alguien le suena?



La historia de un profesor que llega a un Colegio a dar clases de Literatura. Un profesor diferente, en un sentido positivo, pues su concepción de la vida consiste en vivirla, no dejando pasar los segundos sin cambiar algo, en atreverse a cambiar el mundo.

Y es diferente porque rodeado está de gente conformista y conservadora, que desde luego, no ven con buenos ojos sus métodos de enseñanza. Los alumnos si. Y surge amistad entre alumnos y profesor. Y a los primeros les toca escuchar algo llamado 'La sociedad de los poetas muertos', e indagan.

Descubren, por boca del mismo profesor, que esta sociedad existió en generaciones anteriores del colegio, y consistía en que un grupo de muchachos se reunía en las noches en una cueva cercana a la escuela, a leer poesía. Tanto existente como la que ellos mismos creaban. El profesor era parte de ese grupo.

Y los nuevos estudiantes deciden seguir la tradición haciendo su propia sociedad, retomando lo que se hacía en las anteriores.

Esta es la trama inicial, y de aquí no hay más que situaciones sublimes de aprendizaje con cargo a las emociones de cada persona, pues la película tiene la extraordinaria capacidad de crear un ambiente añorable con los personajes y vivencias de los mismos (facilitado gracias a que son adolescentes), que hacen que uno se identifique y sienta lo que se ve en la historia (sobre todo si se es hombre, pues lo son todos los alumnos).

Es una de esas películas donde se dicen cosas importantes, que dan gusto, que en última instancia servirán a alguien. Como digo, el ambiente de la película se vuelve entrañable.

Y sobre el final. Una escena con una carga de emoción altísima que en el peor de los casos simplemente conmoverá al espectador. Es enorme, algo que apenas viendo se puede explicar, o mejor dicho, que solo se podrá sentir.

Y es en ese final donde se pronuncia la frase que encabeza esta entrada, con una fuerza y una importancia que no había visto en mucho tiempo, y que no recuerdo haber presenciado un poder así en alguna otra película.


Dirige: Peter Weir.
Año: 1989.
Mi Calificación: 9.6